No sabemos si ‘Operación Palace’, el mockumentary concebido por Jordi Évole que emitió anoche La Sexta, se estudiará en las facultades de Periodismo, es comparable a ‘La Guerra de los Mundos’ de Orson Welles, si pasará a la historia de la televisión como se está diciendo o si todo quedará en un simple experimento que, por lo visto y leído en las redes sociales desde la emisión, tiene dividida a la audiencia entre fans de la genialidad del comunicador y detractores tanto de la obra en sí, como de todos los que se han prestado a colaborar en ella.
Con el poco reposo que otorga el trascurso de unas pocas horas desde la emisión, hay un puñado de certezas que ya ha conseguido Jordi Évole con su falso documental sobre las que es justo recapitular para formar una opinión en la que, les confieso, las dudas tampoco brillan por su ausencia:
- Ha conseguido revolucionar al medio
En el más amplio sentido de la palabra. Levantarse del sofá, preguntarse qué está pasando, interpelar por Whatsapp a los amigos, tragarse la bola (o no), tener que opinar sobre lo que se estaba contando… Nadie ha quedado indiferente ante la ‘Operación Évole’ y eso es dificilísimo de conseguir. Esto es televisión y el sector está lleno de decenas de magníficos profesionales que se devanan cada día los sesos para lograr la décima parte de la repercusión lograda ayer por La Sexta. Llegar hoy al trabajo o reunirse con la familia y amigos y comentar ‘la jugada’ ha sido todo uno.
- Ha realizado una notable denuncia y provocado una reflexión
Lo he leído varias veces hoy, y estoy de acuerdo con ello. Uno de los colectivos a los que más ha disgustado Operación Palace ha sido a los periodistas. No falla el que asegura que es reprochable que se haya vendido como una investigación periodística cuando es evidente que el falso documental es cualquier cosa menos Periodismo. Lo que sí ha quedado patente es la facilidad con la que, todavía, a pesar de la sobreinformación que padecemos, es posible engañar al gran público.
Además, punto para Évole, la justificación final sobre el oscurantismo que rodea al 23-F y que se mantendrá unos años hasta que se desclasifiquen documentos clave, deja al espectador en el carril que querían los promotores del programa: La reflexión sobre qué tipo de manipulaciones es posible armar cuando no se tiene toda la información, clara y transparente, sobre un evento de tal magnitud como fue el intento de Golpe de Estado
- Ha revitalizado la esencia de una emisión en directo
En el mundo de Youtube y del consumo a la carta, lo imprescindible ayer era ver el programa mientras se emitía. A pesar de ser una ‘lata’ que llevaba semanas grabada, uno (que lamentablemente se perdió el momento de la emisión) no deja de preguntarse hasta dónde se hubiera tragado la mentira. Si lo hubiera hecho hasta la entrada de Garci en acción, si se hubiera desmoronado con las aseveraciones de Iñaki, o si hubiera dicho “hasta aquí” cuando Ansón se pone a hablar de tetas.
Estoy seguro de que hoy el AtresMedia Player está echando humo, pero no es lo mismo. La tele hecha para ser comentada tocó ayer un techo de lo más interesante.
- Nos ratifica la nueva relación de la tele con las redes sociales
Llevamos meses dándole vueltas a la posibilidad: ¿Pueden las redes sociales realizar un efecto llamada para subir los puntos de share de un programa de televisión? Un vistazo a la curva de audiencia del programa de ayer ratifica lo evidente: Los casi 300.000 tweets emitidos durante el programa contribuyeron a que ‘Operación Palace’ terminara la emisión casi multiplicando el número de televidentes ‘analógicos’: No solo el trending topic, arrollador, sino grupos de Whatsapp echando humo al grito de ‘Pon La Sexta y flipa’, posts en Facebook de los menos habituales por la red del pajarito… se llevaron por delante cualquier otra opción televisiva de la noche del domingo.
- Nos ha refrescado la importancia de la credibilidad
“Comprendo perfectamente a los que hoy me quieran prender fuego por esto”. La frase es de Iñaki Gabilondo, uno de los que más ha sorprendido que se sumara al juego de Évole precisamente por eso, por que Gabilondo es sinónimo de credibilidad.
Jordi Évole, sin embargo, había recorrido en los últimos años una suerte de camino contrario: Nació para el gran público como ‘El Follonero’ en el programa de Buenafuente y, a base de buenos trabajos televisivos, había conseguido convertirse en una referencia informativa cada semana para millones de personas. Este nuevo paso es peligroso y cuanto menos arriesgado para la credibilidad de Jordi Évole, ya que no faltarán argumentos a quienes, en adelante, se pregunten si no estaremos ante otro ‘mockumentary’, cada vez que él y su equipo intenten contar algo serio. ¿Merecía la pena? ¿Ha dejado de ser creíble Évole? Personalmente pienso que maldita la falta que le hace.
Para el resto de ‘compinches’, sumarse ha sido una decisión personal que cada uno ha explicado por distintas vías pero que parece tener un denominador común: la necesidad de que la historia de España se ría de sí misma y poner el foco en la oscuridad informativa que todavía rodea al acontecimiento en cuestión.